Los dos elementos más representativos del folklore catalán (a priori) son los castells y las sardanes. Esta semana me había propuesto fotografiar la diada castellera de la festa major del Poble Sec, animado por la visita a su capital por excelencia, Tarragona. Tanto era el ánimo que no me di cuenta hasta demasiado tarde de que me había equivocado de fecha y la diada había tenido lugar una semana atrás.
Como suele ocurrir en estos casos, y precisamente al dirigirme hacia el Poble Sec, me encontré de bruces con otro acontecimiento en la Plaça de la Catedral. Cada domingo en el Pla de la Seu (frente al pórtico) la Agrupació Cultural Folklórica organiza un encuentro popular para escuchar y bailar sardanas. Todo el que se anime está invitado a entrar en los círculos y esta cita cuenta con numerosos fieles cada semana, los cuales son observados con curiosidad por los aún más numerosos turistas extranjeros.
Como puede verse en las fotos, no faltan las reivindicaciones patrióticas, y es que la sardana es desde finales del siglo XIX un símbolo identitario catalán. Fue entonces cuando tomó la forma actual y su significación: Pep Ventura fue el compositor que fijó su estructura compositiva y el catalanismo republicano quien lo identifica con todo el territorio. Se impone al contrapàs, baile hermano pero con significación religiosa que fue defendido por el catalanismo de corte carlista; acabó desapareciendo a favor de la sardana, hoy ball nacional de Catalunya. Todo este aspecto político-identitario que lo acompaña produjo que estuviera prohibida durante las dictaduras de los generales Primo de Rivera y Francisco Franco.
En todas las fiestas populares catalanas están presentes las coblas, orquesta encargada de tocar las piezas, y los bailarines de sardanas. Sin embargo, no es fácil encontrar jóvenes en sus círculos, al menos en Barcelona, algo que sí ocurre en las colles castelleres. Quizá por eso los bailes que tienen lugar cada fin de semana en la Catedral tienen tanto éxito entre los barceloneses de más edad, sabedores de que pueden estar a las puertas de una perpetuación artificial de la tradición.
