Artículos, Últimas Publicaciones — 2 noviembre, 2013 at 7:50 pm

Oslo, dormir bajo las estrellas

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Oslo es una capital nórdica atípica. Se nota desde el momento en que llegas y ese sentimiento destaca en verano, cuando el sol no te abandona más que unos minutos. La ciudad se llena de gente de todo tipo las 24 horas del día y lugares insospechados se convierten en hogares. En esta breve guía te presentamos Oslo desde otro punto de vista: desde sus calles, lagos e islas.

La capital de Noruega tiene una zona turística más que reconocible: la que vertebra Karl Johans gate. Es su calle principal y lleva desde la estación principal de tren hasta el nuevo Palacio Real noruego. Los principales hoteles y comercios de la ciudad los puedes encontrar paseando por su empedrado clásico, así como el parlamento y la universidad. Parques y aceras están pobladas por buscavidas que van desde músicos profesionales hasta jóvenes que ganan una gran cantidad de coronas llevando a los turistas en sus rickshaws. Entre medias, artistas de lo más pintoresco y personas que luchan por ocultar problemas más graves que la falta de techo.

Lo cierto es que la ausencia de techo, en verano, tampoco es algo demasiado preocupante. Si no te importa dormir bajo una tela sintética, en Oslo puedes vivir en algunos de sus parajes más bellos sin pagar una corona. Mientras los campings reglamentados tienen precios elevados para lo que estamos acostumbrados en el sur de Europa, hay zonas de acampada libre de gran seguridad en las que podrás dejar tu tienda y disfrutar de la naturaleza en estado casi salvaje. Destacan dos lugares: el lago de Sognsvann y la isla de Langøyene.

El primero es uno de los principales lugares de recreo de los habitantes de Oslo en cuanto llega la primavera. Los domingos, muchas familias van a este lago a hacer barbacoas, deporte y, los más valientes, bañarse. Se encuentra a unos diez kilómetros al norte de la ciudad, pero está conectado por metro (es primera y última parada de la línea 3 o línea verde) y está a un paso de algunas de las principales residencias de estudiantes de Oslo.

Sognsvann es un espacio natural formado por bosques ininterrumpidos que cubren pequeñas elevaciones y rodean aguas cristalinas. Entre los árboles, si uno presta la suficiente atención, se encuentran tiendas de campaña desperdigadas. La acampada no está permitida, pero sí tolerada y los mayores problemas que pueden encontrarse (más allá de las raíces e irregularidades del suelo) es que los guardas manden mover tu hogar unos metros más allá. La vigilancia, aunque no garantiza una seguridad completa pues el lugar es accesible para todo el que se acerque a la zona, es diaria. Dicho control no tiene tanto que ver con ideas represivas que tenemos en el ámbito mediterráneo: forma parte de una concienciación medioambiental envidiable. De este modo, es posible dormir bajo las estrellas en un auténtico paraíso verde.

Langøyene es diferente. Un poco más cerca, pero hacia el sur, es una isla con acampada libre. En verano allí pueden encontrarse familias que buscan una segunda residencia económica, trotamundos, jóvenes locales o nuevos hippies. Parece más un camping al uso que un lugar salvaje como el anterior, con los puntos positivos que eso también tiene, como son instalaciones sanitarias y puntos donde comprar comida. La seguridad está casi garantizada. Para llegar, basta con subirse a los ferrys que forman parte del magnífico sistema de transportes noruego.

Durmiendo en estos lugares cambia la perspectiva sobre Oslo, capital más cara de Europa. Se descubre una ciudad que de otro modo es muy difícil encontrar. Es una manera de complementar la inmensidad de las construcciones nórdicas, ejemplificadas en el extraño ayuntamiento de Oslo. En este edificio de ladrillo, desde fuera inabarcable y de estilo dudoso, hay un interior espectacular, enorme. Todo está hecho en otras dimensiones. El llamado Parque Vigeland, en honor al escultor cuyas obras lo pueblan, es otro buen ejemplo. Pero además de esto, museos como el Munch y grandes avenidas, hay un Oslo micro. De cafeterías en casas ocupadas, segundas residencias hechas con tiendas de campaña y canadienses en lagos escondidos entre los árboles. Un Oslo mucho más cercano, más genuino.