Diario de Viaje, Últimas Publicaciones — 12 noviembre, 2014 at 8:27 pm

2/09/2013: “Tu y yo nos hemos visto antes. Hace mil años.”

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Tras un día completo callejeando por Fez, crees que ya dominas sus calles y su ritmo de vida. Como si ya conocieras la ciudad.

Tumbas Meriníes de Fez desde el Riad

Vista de las Tumbas Meriníes desde el Riad

Por la mañana optamos por dejar la medina y alcanzar las Tumbas Meriníes. Es temprano, pero la caminata bajo el sol es dura; por suerte, apenas dura veinte minutos. El complejo parece estar dividido en dos, partido por la carretera. Cerro abajo hay una gran cantidad de muros y piedras indeterminadas que sirven a dos hombres mayores para pastorear, con calma y a la sombra, a su media docena de burros.

Tumbas meriníes de Fez: pasto para los burros

Los burros pastando lo que pueden en las «Tumbas Meriníes»

Pensando que las auténticas Tumbas Meriníes serán más espectaculares, cruzamos esperanzados la carretera y recorremos la subida mal empedrada. Las piedras están más determinadas y el bloque del arco tiene algo que deja entrever una cierta grandeza perdida hace siglos. Pronto descubrimos una pareja celebrando la vida entre las tumbas y damos un rodeo para disfrutar del entorno de la ciudad, cuyas vistas son similares a los campos castellanos.

Tumbas meriníes de Fez (campos de Castilla)

Desde las Tumbas Meriníes pudimos disfrutar de unas vistas muy «castellanas»

Planteo la visita del Borj Norte, que ahora alberga el museo de las armas. Es una fortaleza en la misma colina que nos acerca al hostal y en el camino hacia ella podemos seguir disfrutando de la vista panorámica sobre la medina. Es lo único que disfrutamos, ya que el museo no está abierto. Las vistas y el estar a diez minutos de nuestra nueva casa compensan.

Tras una magnífica pastela y un descanso del sol, decidimos volver a las calles. Es el turno de Fez el-Yedid y su Mellah, aunque pronto comprobamos que será imposible dar un paseo por ese barrio sin la compañía de “un vecino” que nos convence de que allí los judíos son amigos. Me mentalizo que sin él sería muy difícil adentrarse en esas calles, para las que la palabra “degradadas” se queda corta. J. es de otra opinión y no le gusta el guía ni le da confianza el conjunto de nuestra situación allí. Sin embargo, nos descubre el barrio, sus casas más peculiares, como la hoy abandonada del rabino y, lo más impactante: el cementerio judío. En una galería de viviendas que dan escalofríos vemos tumbas de niños muertos por el cólera, centenares de tumbas  blancas, y percibimos un aura de tristeza extrema. Cuando por fin salimos de las galerías, el hombre paga a un adolescente que estaba controlando la entrada de niños con los que hubiera tenido que compartir su propina por unos servicios que nadie le ha pedido. Nos lleva de nuevo por calles laberínticas, a ver la casa de Charles de Foucauld y la sinagoga, pero ya hemos tenido suficiente. Queremos volver al Palacio Real, pero antes nuestro guía quiere cobrar. “No tengo más que monedas”, le digo. “Veo papeles, amigo. Monedas para niños: yo te he explicado muchas cosas”.

Tras ver las imponentes siete puertas del Palacio Real volvemos a nuestra medina por Bab Bou Jeloud. Queremos un té en las terrazas para ver la vida con calma. “Tú y yo nos hemos visto antes. Hace mil años.”, me dice uno de los camareros para atraerme a su local. Y tienes la sensación de conocerlo, pero no sabes muy bien ni cómo ni por qué.

Vistas de Fez desde sus terrazas

Vistas de Fez desde sus terrazas. pensando en las aventuras vividas en los últimos mil años